Hay días como hoy en los que me levanto pensando. Sí, ya sé que no es lo más sano, mi propia experiencia me ha hecho ver que pensar demasiado es malo y que se tarda más en afeitar a un wookie que en solucionar un cubo de rubik.
La cosa es que soy una de esas personas que piensan mucho, ni mal ni bien, mucho. Entre otros defectos, acompaño la mala costumbre de pensar con la de hablar, así que acabo comentando en voz alta con las personas pertinentes qué es lo que tengo en mente, por muy disparatado que sea. O no. A veces me callo, no digo nada y sigo rumiando, con la tranquilidad de un cordero lechal que no sabe que su destino se escribe en lonchas en un lugar llamado Carrefour.
Si hay algo que me acude con frecuencia a mi mente cuando pienso es la gente. En particular las personas que me rodean, y cuanto más cerca están más pienso en ellas. Es fácil imaginárselo, estoy en una relación y la persona en la que más pienso es mi pareja. Tiene esto algo de egoísta, de Mi Pequeño Gran Ombligo alrededor del cual gira el mundo, lo sé ¿y qué?
Esto que acabo de exponer no quiere decir, necesariamente, que piense en ella específicamente, si no que la mayoría de las cosas que pienso están relacionadas directamente con mi relación.
Me asusta mi propia mente cuando se rebela, a pesar de mis esfuerzos por convencerla de que todo va bien. En algunas ocasiones la encuentro vagando por terrenos áridos, celosa como sólo ella sabe ser, haciéndome dudar de cada momento con esos argumentos tan sólidos que sólo ella sabe inventar. No me da razones de peso, ella incuba estos sentimientos y los deja eclosionar cuando me distraigo, cuando quiero pensar en cosas prácticas.
Creo saber qué es lo que ocurre.
Ni mi mente ni yo contábamos con tener una relación a largo plazo. No quiero que penséis que soy una persona controladora, os llevaría al engaño. Soy una persona extremadamente controladora. Y esto no estaba en la ecuación, como ya he dicho en otras ocasiones, por ser extremadamente bueno, por cumplir mis expectativas con un nivel de acierto que me asusta. Y es que sigo pensando que lo bueno asusta, me asusta. Me asusta lo nuevo, que difiere en muy poco de lo bueno (¡sólo dos consonantes!). Me asusta estabilizar ciertas parcelas de mi vida. ¿Cómo iba yo a pensar que me iba a salir todo tan redondo? Así que aquí me encuentro, sin planes de contingencia, lanzado al absurdo de la felicidad sin más ropas que las que llevaba puestas, sin mochila y sin arma para defenderme... pero claro, defenderme ¿de qué?
Todavía, a día de hoy, me cuesta comprender que la lucha se ha terminado, la guerra se acabó y el frente ya no es tal. Por eso a veces mi mente, estúpida y ridícula, sigue buscando nuevos conflictos, nuevos teatros donde desplegar su armamento, volver a ese combate diario donde tanto tiempo pasé, donde tan bien se halla. Esto es el sentimiento de pérdida del status quo, el mismo que te apuñala cuando tu relación se rompe, pero en un momento distinto.
Odio pensar.
Si digo "No odias pensar, odias como piensas" dije una obviedad y si digo "No odias pensar, odias pensar en como piensas" me contradigo. En ambos casos afirmo que no odias pensar, el descubrimiento de uno mismo puede resultar odioso, pero, ¿Por el pensamiento o por el sentimiento?
ResponderEliminarHace poco volví a leerme "El Túnel", de Ernesto Sábato.
ResponderEliminarSi no lo has leído ya, acuérdate del nombre, y si te lo encuentras delante tuya alguna vez, cógelo y léelo.
Sospecho que te va a caer bien.
Queda anotado Juanmi. ¡Un saludo lejano!
ResponderEliminarLa lucha no termina nunca, lo bueno es encontrarte bien dentro de es "lucha"
ResponderEliminarNunca será egoista el que pienses en tu pareja, creo que debes pensar en ella (no como ella)para conseguir todo lo que una relacción necesita para consolidarse.
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